Trabajando a destajo
Pastora llegó ayer
Fabiola del Castillo, un campamento jornalero en Florida. Viajó dos días en la cabina de una pick up con su niño en el regazo. El pollero les tiró unas cobijas para que se cubrieran. En Texas estaba nevando. "Mamá, tengo frío", lo trataba de arropar con su suéter. Lo que traían puesto era lo único que tenían. En una de las paradas para cargar gasolina compraron pan de caja y un poco de jamón, eso comieron en el camino a Florida.
Sebastián los había mandado a traer. Ahorró dos años y aún así le debía al coyote 1 500 dólares. Ya los esperaba, fue a trabajar en la madrugada para poder hacer lo del día, y en la tarde estar con su familia. Abrazó a su hijo y a Pastora. Su hijo ya hablaba, se reconocieron.
Pastora no quería pensar en el hijo que había dejado en México, con su mamá, "hija, déjamelo está muy chiquito para el camino". Prometió que pronto mandaría por él.
Fueron a la casa donde vivía Sebastián con su hermana y sus cuñados. Pastora esperaba ver edificios altos y grandes avenidas, como las que salen en las películas. Era un pueblo pequeño, unas cuantas casas y una gasolinera, no había nada más.
La casa era una traila chiquita, no había pileta para lavar la ropa, aunque el tendedero se extendía de un extremo al otro de la casa. Las gallinas cacareaban y andaban libres.
En la tienda de segunda compraron dos mudas de ropa para Pastora, una para trabajar, y la otra para andar en la casa. El viernes que les pagaran podrían comprar una muda para ir a la Iglesia. El niño heredó unas cuantas cositas del primito.
Tuvo suerte Pastora. Al otro día su cuñada descansaba y pudo dejar a su hijo con ella para irse a trabajar en la hoja, cortando helechos ornamentales para la compañía Fern Agriculture.
Sebastián la levantó a las 3:30 am. Tenía que apurarse a echar las tortillas. Sólo había una estufa y mucha gente por alimentar. Preparó como pudo dos almuerzos para llevarse al campo. También dejó lista la comida para su hijo.
Se puso los pantalones y la camisa, dejó colgada su única falda. A las 4:00 am empezaron a irse los carros. Sebastián encendió el suyo, esta vez no dio problemas. Pastora dejó a su hijo dormido. Así dejó en México a su hijo Salvador.
El olor del químico se percibía desde la carretera. Entraron al campo cubierto con lonas negras para proteger las plantas, aquello era un horno. El sol de invierno quedaba atrapado entre las lonas..."25 hojitas en cada bonche"... y el olor. "Tenemos que hacer como 200 bonches, cada uno, para que salga bien, Pastora". Cada bonche son 17 centavos de dólar.
Sebastián seleccionaba las hojas que servían. Del primer bonche de Pastora sirvieron sólo cinco. "Mira, tienen que estar así". "Es que no hay mucha hoja así", respondió ella. En ese campo la hoja se estaba acabando. Pronto habría que ir a buscar otro, la helada de la semana pasada había matado la hoja.
Pastora alcanzó a hacer 47 bonches. Sebastián tenía más práctica, eso era lo bueno. Terminaron a las tres de la tarde. Cuando se subió al coche Pastora ya no sentía la espalda. De regreso, mirando por la ventana, soñaba con la muda para ir a la Iglesia, con ir a México por su hijo, y con poder hacer más bonches, mañana.